encuentros posibles 1_ Droguería

Necesitaba toallitas desmaquillantes y un lápiz de ojos azul para las funciones de la tarde. Entre recado y recado, me paso a por ello por una de esas franquicias que venden productos de droguería a un precio sospechosamente barato.

La cajera es una tía simpática. No con esa amabilidad sobreactuada y falsa de algunos comerciantes que me hace salir huyendo de las tiendas. Es simpática ella.

Una amiga ha pasado a hacerle una visita. La cajera está atacada porque ha empezado septiembre y la vuelta al cole de sus hijos.

Menos mal que el mayor repite curso. Así por lo menos los libros le valen también para este año.

Lo ha dicho medio en broma, pero sólo medio en. Alguien que no pase estrecheces económicas verá en este comentario una señal de estupidez o la pista que descubre a una mala madre. A mí su alivio me parece muy humano.

(Cuando estalló la Guerra Civil, mi amona, pluriempleada como modista y mezcladora de color en una fábrica de papel pintado, se sintió también muy aliviada: su jefe le había encargado que cortara y cosiera un abrigo para su madre jorobada. Mi amona sabía hacer primorosos vestiditos para niños, pero confeccionar un abrigo que le quedara bien a la madre de su jefe quedaba más allá de sus posibilidades como costurera. Se angustiaba en cada prueba, y empezó a tener problemas para dormir pensando que perdería su trabajo en la fábrica por culpa del abrigo. La guerra la liberó de tener que terminarlo, y como toda la familia tuvo que salir corriendo hacia Barcelona, ya no tenía que preocuparse por perder su trabajo. Ya no tenía un trabajo que perder. En mi familia más o menos todos perdemos el sueño con chorradas, para luego llevar sorprendentemente bien las catástrofes reales.)

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La amiga rubia de la cajera (la cajera es morena) ha pasado a buscarla para salir un momento juntas a por un café. La cajera me señala otros lápices de ojos que tiene junto a ella, por si no los había visto, de mejor calidad. Más caros.

Casi nunca me maquillo. No me merece la pena, puedo permitirme usar un lápiz malo una vez cada seis meses…

La amiga comenta que a ella le da mucha pereza también maquillarse. Es cierto, viste con el aire formal de una empleada de banco, pero no va maquillada. A la cajera también le da rabia perder tiempo en eso cada mañana, pero lo hace porque cuando se maquilla le dicen ¡Qué buena cara tienes!.

Se está haciendo un lío al cobrarme. Se disculpa. Le digo “no tengo prisa”, y esta vez es verdad.

Si quieres, ven a tomar un café con nosotras. Te invitamos.

No tengo prisa. Pensaba ir de ese recado a tomar un café. Me encantan las dos y me hace feliz que aún quede gente que te invite a su vida sin más, fuera de las ocasiones sociales adecuadas para conocer gente: bares y cursillos.

Ay, gracias, qué majas sois, pero tengo que hacer aún muchos recados…

Soy gilipollas.

Soy gilipollas.

Soy gilipollas.

Me había levantado desacostumbradamente feliz. Tengo buen humor, pero pocas veces me siento tranquila (la sombra de un abrigo para una mujer jorobada, o su equivalente, suele planear sobre mi cabeza como una nube de tormenta). Hoy ha salido el sol después de varios días de otoño prematuro, y varios contratiempos y problemas tediosos de los últimos meses se han resuelto en las últimas semanas. Me había despertado tranquila: todo está donde tiene que estar y no tengo que hacer ningún esfuerzo para cambiar nada. Y sin orfidal.

Ahora me arrastro hacia la ferretería sintiéndome boba y miserable. Quiero volver a la tienda y decir, eh, que sí, que me apetece un montón tomarme un café con vosotras. Pero me da corte.

En la ferretería, compro tornillos autorroscantes para reparar la matrícula de mi coche, que ha perdido un remache y tengo sujeta con bridas, un reclamo para que me paren en todos los controles.

Visitar bibliotecas y ferreterías suele devolverme el buen humor. Pero salgo de la ferretería igual de desanimada.

Decido volver a la zona de la tienda, y, si las veo en una cafetería, entrar y sentarme con ellas sin más. Así que vuelvo, mirando escaparates que no me interesan, fingiendo que vuelvo porque tengo que volver, aunque estoy sola y no hay nadie ante quien tenga que fingir. La tienda sigue abierta, así que me esfuerzo en recordar que se me ha acabado el KH7, y entro a comprarlo.

Qué tonta, me había dejado lo más importante.

Están tomando café y sandwichitos en la caja. Cuando iban a salir ha entrado una oleada de clientes, así que la amiga lo ha traído todo a la tienda.

Me cuesta encontrar el KH7. No quiero preguntar dónde está, porque ahora no hay más clientes aparte de mÍ misma, y no quiero joderles la pausa. Me estoy haciendo un nudo mental de tímida: una situación sencilla se te va de las manos, se convierte en un gran lío irresoluble en tu cabeza, y quieres volatilizarte. Ser tan tímida me molesta porque es incómodo y porque es muy egocéntrico. Distorsionas la realidad como si todos los seres del Universo estuvieran pendientes de tus actos esperando el momento para reírse de lo ridícula que eres. Yo ya sé que a los seres del Universo les importo un pito, pero a veces no puedo evitarlo.

Para cuando encuentro el KH7 la amiga rubia se está despidiendo.

La cajera me cuenta que trabaja en un banco (he acertado), que igual me suena.

No, no tengo cuenta en ese banco.

Ella tampoco, es la cuenta de la tienda, dice. Se han conocido a fuerza de ir ella al banco a por cambios. Poco a poco se han hecho amigas, y ahora toman juntas el café de la mañana.

Me lo cuenta muy contenta.

De vuelta a casa, el día ha vuelto a encajarse en su lugar. Decido que un día de estos, cuando me pille de paso, cogeré tres cafés para llevar y la invitaré yo a ella, y a su amiga si también está. Para que me pille de paso igual tengo que empezar a maquillarme, o a limpiar los cristales más a menudo.

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